Fechas atrás, recibíamos el encargo de recuperar uno de aquellos primitivos cálices de Félix Granda. Desde una localidad malagueña nos remitían una serie de piezas desmontadas a las que faltaba el nudo central. Conservaba, no obstante, cuatro figuras de marfil (S. Pedro, S. Pablo, y dos evangelistas) y un esmalte de la Inmaculada con una orla con pedrería.
El cáliz es una pieza de principios del S.XX, realizada en plata dorada, con un detalladísimo repujado a base de alegorías eucarísticas en la sobrecopa (los ciervos acudiendo a la fuente de vida eterna), y motivos vegetales y de fantasía (aves de distinto tipo) en el pie.
Basándonos en imágenes de otros modelos similares de época, hemos recuperado la pieza para el uso litúrgico, intentando cumplir estas premisas:
- adaptar nuestra forma de trabajo a la pieza original;
- no desvirtuar la concepción original de la pieza;
- hacer de la misma una pieza dudadera.
Por ello cabía diseñar un nudo no muy amplio, en el que las figuras de marfil quedaran protegidas por el dosel, los laterales y la base. Las proporciones tan estilizadas de la pieza nos demandaba una base de las figuras más ancha, para darle volumen al nudo en su parte inferior, pero de esta forma se perdía esa verticalidad y esbeltez que caracterizaba los modelos tomados como referencia. Habiendo llegado a realizar una primera pieza, y en comunicación permanente con el cliente, acordamos la realización de una segunda más ajustada a los cánones originales.
Fabricamos pues, un nudo en cuatro partes o capillas separadas por columnillas entorchadas, con dosel superior, y apenas una moldura inferior. Modificando modelaje de inspiración renacentista, se realizaron los frentes del dosel, las volutas, etc. Los motivos cincelados están tomados directamente de la obra original, para una mayor adecuación estilística, que confiera uniformidad a la obra. Las figuras de marfil fueron atornilladas por su parte inferior, lo que permite el demontaje de las mismas para posteriores internvenciones o estudios, sin peligro de ser dañadas a causa de una mala manipulación.
También se trabajó estructuralmente para unir las distintas piezas, de forma que se pudiera emplear sin riesgo alguno, realizando una estructura interior que impidiera el movimiento rotatorio de las distintas partes del cáliz (mediante topes y chavetas), y que a su vez impidiera estrangulamientos a causa de un excesivo roscado de la tuerca principal.
Como trabajo añadido se acoplaron sendas cruces de pedrería, tanto en la sobre copa como en el pie, atendiendo a antiguas costumbres litúrgicas.
Posteriormente, se aplicó un baño electrolítico de oro fino en directo (sin baño de níquel previo) y posterior abrillantado. Consideramos que los baños industriales empleados muchas veces en este tipo de piezas, aunque pretenden la estabilidad y durabilidad de los materiales, a menudo desvirtuan las cualidades metalográficas de los materiales. Un baño de níquel, al tratarse de un material férrico, acabará deteriorándose por oxidación, y hemos visto casos en que ha llegado a dañar el material subyacente. Un baño de cobre ácido -muchas veces usado previamente al níquel-, será extraordinariamente difícil de eliminar, dadas las características materiales del mismo. El espesor de los baños también desvirtúa el trabajo de cincelado de las obras. Por otro lado, un brillo excesivo, por buen tono de dorado que tenga, resulta artificial a la vista y puede desmerecer el trabajo de cincel, impidiendo una buena visualización del mismo.
El resultado pone nuevamente en valor y bajo unos criterios originales, esta singular pieza. Pero sobre todo devuelve a un objeto litúrgico el uso para el que fue creado, que es sin duda uno de los pilares de nuestros criterios de intervención.