Cuando allá por los años 70 cayeron en mis manos diversas fotografías y documentación bibliográfica sobre el célebre Cáliz de Doña Urraca, conservado en la Colegiata de San Isidoro de León, pensé que me gustaría realizar una réplica del mismo a modo de estudio, por el gusto de trabajar técnicas que hasta el momento no había tenido oportunidad de realizar. En aquellos años se hacían en el taller numerosas piezas inspiradas en el arte románico, usando cabujones, estampados de cierta tosquedad, esmaltes a fuego sobre fondos vaciados (cloisonné) y tabicados, etc… Pero la técnica de filigrana con la que está realizada dicha obra, era para mí un reto que debía abordar y conseguir.
Me propuse hacer una copia del mismo, por sentir la emoción y experiencia de un trabajo nuevo (lo conocía, pero no lo había practicado). Una pieza que quedara en casa, como una obra que sirviera de muestra del trabajo del taller, pudiendo ser utilizado en las celebraciones familiares o en alguna exposición. Aún después de los años que han pasado, puedo decir que ha sido uno de los trabajos más importantes y satisfactorios que he realizado: apenas contaba con unas imágenes para calcular sus proporciones, en su composición hay empleadas más de mil piezas y las piedras hubieron de ser talladas una a una.
En esos días, vino al taller un posible cliente interesado en la misma pieza. Con familia vinculada al mundo del arte y decepcionado con el trabajo de otro taller, decidió encargármelo al ver cómo iba lo poco que tenía hecho de mi réplica, y tal vez a la vista de mi entusiasmo. En cierto modo fue una suerte, ya que el trabajo en mi cáliz me servía de prueba y experiencia para la realización de la réplica encargada.
También por esas fechas venía por el taller un joven acompañando a un sacerdote amigo y cliente de la casa. Aún recuerdo sus palabras “cuando yo sea cura, me tienes que hacer uno igual”. Le perdí la pista unos años, el tiempo que tardó en formarse en el seminario (creo que en Granada), hasta que volvió a Valencia para ordenarse, y para tal ocasión encargarme una nueva réplica.
Son las tres únicas réplicas del cáliz de Doña Urraca con punzón de nuestro taller. Con posterioridad numerosas personas se han interesado en ellas, pero dada la complejidad para ejecutar una pieza de tal calidad, y los materiales y técnicas empleados en ella, resulta una obra poco asequible desde el punto de vista económico. Como he comentado antes, son más de mil piezas soldadas y ensambladas entre sí, pedrería tallada exclusivamente para éste cáliz, diversas pruebas en la copa y base de ágata morisco (un tipo de mármol también conocido como ónice) hasta dar con piezas del color lo más cercano al tono de la copa original; o el mascarón de marfil -debido al impedimento de realizarlo en piedra natural- cuyo modelo en grande lo realizó mi amigo Vicente López, con quien en tantas ocasiones colaboré.
Ahora, pasados casi cincuenta años, se le suma una dificultad más: la imposibilidad de reproducirlo, puesto que hace poco se ha registrado el diseño industrial del cáliz por parte de los responsables de patrimonio de la Colegiata de San Isidoro.
Entiendo la voluntad de salvaguardar un elemento importantísimo para el patrimonio, lo que no me cabe en la cabeza es que se limite su promoción y conocimiento, dificultando a los orfebres la realización de réplicas. Se me antoja algo confuso el mero hecho de registrar una obra del S. XI. En Valencia, por ejemplo, han sido numerosos los orfebres que han reproducido el Santo Cáliz. A través de estas réplicas debidamente diferenciadas y punzonadas -cuya realización ha sido impulsada precisamente por el Arzobispado- se ha promovido su conocimiento, su difusión, su devoción, y lo que realmente debe trascender: la exaltación de la eucaristía.
En nuestro taller somos conocedores del enorme interés y la admiración que despierta el cáliz de Doña Urraca, por su valor artístico, su especificidad técnica y su historia.