Fechas atrás, recibíamos el encargo de recuperar uno de aquellos primitivos cálices de Félix Granda. Desde una localidad malagueña nos remitían una serie de piezas desmontadas a las que faltaba el nudo central. Conservaba, no obstante, cuatro figuras de marfil (S. Pedro, S. Pablo, y dos evangelistas) y un esmalte de la Inmaculada con una orla con pedrería.
Hoy no vamos a hablar de ornamentos abigarrados ni materiales costosos. A menudo como orfebres, estamos acostumbrados a trabajar profusamente los materiales para embellecer, dignificar y solemnizar el culto mediante los objetos litúrgicos. Sin embargo, curiosamente, hace unas semanas y tras un largo recorrido llegaba a nuestras manos una pieza singular, un extraño cáliz en el que no encontrábamos gracia ni técnica especial. Simple, desprovisto de ornato, aparentemente incompleto y realizado con materiales muy pobres, el cáliz debía ser acondicionado para su uso litúrgico.